Me encontraba en una esquina sobre la avenida Reforma y calle Lago Victoria del Fraccionamiento Valle Dorado cuando presencié un choque que puso en riesgo mi vida.
Terminaba el atardecer para dar lugar a la noche; ya habían pasado más de una docena de microbuses que no se detenían a levantarme. Me imaginé que estaba parado en la esquina equivocada, por lo que crucé a la otra esquina con la esperanza de tener mejor suerte.
Estaba junto a un poste, cuando de reojo noté a un hombre que caminaba con un costal lleno de latas sobre la misma esquina en la que me encontraba.
Frente a mí, mire que un automóvil que circulaba de Sur a Norte sobre la avenida Reforma, trató de esquivar a una camioneta que sin precaución, intentó cruzar dicha avenida para internarse en la calle Lago Victoria.
Pero el conductor del automóvil no logró su objetivo y chocó con la camioneta para después terminar volcado a aproximadamente unos veinte metros de distancia.
Todo pasó demasiado rápido. La camioneta se dirigió hacia mí y se impactó contra el poste. Pero antes de eso, tanto el señor del costal como yo, corrimos como si se nos hubiera aparecido la misma Catrina, llamándonos por nuestros nombres.
Varias personas se acercaron a ayudar. Los cables de los postes tocaban el suelo. Si bien recuerdo, de la camioneta descendieron dos mujeres, un adolescente y una menor, quien al parecer fue la que resultó más lesionada de todos ellos.
Estaba aturdido. Los sollozos de la niña timbraban por todas partes. El calor de la gente. Las manos me temblaban como cuando en mi adolescencia recogí a un perro del pavimento que había sido atropellado, para quitarlo de la pasadera de carros.
Miré que a lo lejos salía un líquido del automóvil que se había volteado. No sabía si era gasolina. Temía que algo explotara. De cabeza, un hombre trataba de salir del auto de forma desesperada.
Me dirigí hacía él para intentar ayudarlo, pero otras personas que se encontraban más cercanas, lograron sacarlo rápidamente.
Al arribo de policías municipales, sus patrullas pintaban el acontecimiento con rojas y azules luces intermitentes que giraban al unísono de las sirenas.
Posteriormente, los lesionados fueron atendidos por paramédicos de la Cruz Roja y trasladados en ambulancia a un hospital.
Al final, ya no supe que pasó con el señor del costal. Y tras una reflexión, para la otra, mejor me quedo en la esquina que elegí primero para esperar el camión.