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La responsabilidad semiótica del hombre

A nadie le hacen daño los juegos.

  
Nota publicada el 25 de agosto de 2016
por Manuel Sánchez

A partir de la lingüística se desarrolló una disciplina que tuvo gran auge en la mitad del siglo pasado. El nombre de esta nueva ciencia: la semiótica. Aunque distintos pensadores le habían dado nombre 50 años antes de su desarrollo, no fue hasta la explosión de los medios de comunicación en que se le dio mayor atención. Uno de los supuestos más grandes de la semiótica es que el significado se construye. Esto parece evidente, si no fuera por dos posturas que se presentan contrarias: primero, creer que el significado es innato, está ahí antes de que nazcamos, en la naturaleza o en el código genético; segundo, creer que hay productos culturales que no reflejan una forma de construir significado.

Ambas posturas “luchan” contra los supuestos semióticos, y tienen distintos representantes. Desde psicólogos hasta hechiceros; desde sofistas hasta demagogos: la idea central es que el orden está dado, y poco podemos hacer para modificarlo.

La segunda idea en contra tiene una carga más ideológica aunque va en la misma línea que la primera: lo sostienen aquellos que “no ven nada malo” en el orden de las cosas; nada malo en la forma de elegir, en los criterios de selección y de creación; me “nació” comprar estos alimentos, leer estas noticias, consumir este entretenimiento, etc. Para ellos, existen creaciones humanas aisladas de la estructura simbólica.

¿Qué es una estructura simbólica? Una de las herencias de la lingüística hacia la semiótica es considerar que no existen sistemas de signos (por ejemplo, la lengua) aislados de un sistema cultural. Ningún signo existe por sí solo; sólo existe en coherencia con otro número n de signos, amalgamados en sistemas (sistema de sistemas).

De esa manera, tiene sentido hablar de manzanas, sólo porque sabemos que existen otra clase de entidades que no son manzanas.

La lengua nos deja ver un poco esta clasificación, en donde la existencia de ciertas palabras permite distinguir la división realizada a la realidad. Esa división depende en gran parte del contexto cultural. La estructura simbólica es esta categorización que no se deja ver sólo analizando la lengua sino observando los productos que tienen intención de significar, es decir, que buscan ser medios de comunicación. Desde el grafiti en las paredes, las películas, la señalética urbana, las leyes; cada uno de estos productos está atado a una red simbólica mayor que sólo es posible ver cuando nos alejamos lo suficiente. Cuando colocamos todos los productos culturales en la mesa.

Tarea para nada sencilla. Necesita de una capacidad analítica. A partir de la materia que podemos “ver” o “sentir” deducimos reglas, distinguimos patrones, y damos nombre a lo que, siendo tan evidente, carecía de él.

Pero cuando se nombra, permite ver que lo “verdadero” y lo “falso” son creación del hombre; que la “razón” y la “locura” están determinadas por unos cuantos; que en todos lados se repite el patrón de qué se puede decir y qué no, lo “tabú” contra lo “permitido”. El discurso, en sus distintas manifestaciones, deja ver la red que controla su flujo. Ya decía Michel Foucault en El Orden del Discurso:

“(…) el discurso no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse”.

La semiótica, en su beta filosófica, le reclama al ser humano responsabilidad. Es por ello que cala tanto. Ser responsable de nuestra sociedad, en comunidad, de la forma en que interpretamos. No hay significados trascendentales, no hay reglas naturales e inmanentes.

Ya escuchó la queja del científico matemática/físico.

Ser responsable es ser Adulto. Si, con “a” mayúscula. Luego inventaré una palabra para referirme a ello. Hay niños y jóvenes infinitamente más responsables que los adultos que gobiernan este país. Infinitamente más responsables hacia su propia comunidad. Una niña, en un gesto de profunda comprensión del otro, regala su más preciado tesoro, buscando con ello ayudar a quien no conoce. Pero sabe que existe, sabe que existe porque vivimos en comunidad.

Hay niños y jóvenes Adultos, y hay adultos que nomás no.

Si todo está construido, si todo depende del ser humano, ¿qué hay allá afuera? ¿Hay una guía? Si no hay La Verdad, entonces, ¿nos quedamos quietos?

La responsabilidad que implica ser Adulto de tu propio destino, Humano, te deja perplejo. Frente a la carencia de un sentido inmanente, profundo, dado, natural, evitas la responsabilidad de tener que “inventarte” tu propio sentido. En algunos gatilla un ostracismo. Otros, sobreviven como sociópatas, negando para siempre su vínculo con la sociedad que le prestó lentes para ver el mundo. Otros, ignoran el hecho, y poco a poco vuelven al ritmo de creer que la sociedad existe de manera eterna y sobre-natural.

Pero otros, armándose de valor, aceptan el reto: si, todo es construido, entonces, la única forma de asegurarnos un paso decente, alegre, cordial por esta vida es construir en conjunto. Ser lo suficientemente valiente para tomar las riendas, comprendiendo que este juego no se juega solo, necesariamente es colectivo. Ser lo suficientemente valiente para hablar, para crear, buscando comunicar, llegar a la discusión y al acuerdo. Ir más allá de las discusiones de café.

La semiótica tiene un gran postulado fundacional: todo significado es construido; todo producto cultural (mediático) no es neutral, refuerza o mengua una forma de ver el mundo. ¿Correcta o incorrecta? Eso depende del Adulto, al comprender que nada allá afuera se lo va a decir; lo tiene que argumentar, lo tiene que reflexionar, y lo puede transformar.

Manuel Sánchez. Licenciado en Sociología y Ciencias de la Comunicación UABC. Maestro en Lingüística por la UNISON. manuel.wortens@gmail.com.
 
 

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