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El derrumbe de El Vigía

De la tragedia al milagro. 2 de octubre de 1952

  
Nota publicada el 20 de julio de 2017
por Rafael González Bartrina

La historia que esta semana detallamos, tuvo su origen en un hecho que poco a poco se transformo en una leyenda ensenadense. Su desenlace puede calificarse desde heroico, increíble y hasta milagroso.

Corría el año de 1952, el día 2 de octubre.

Las obras de construcción del rompeolas de Ensenada, Baja California, encomendadas a la compañía Clark y Mancillas S.A.

El cerro El Vigía, ubicado en la entrada noroeste de la bahía fue utilizado para extraerle el material utilizado para formar el largo rompeolas, (originalmente de 1 kilómetro). Era necesario usar dinamita para lograr extraer las grandes rocas requeridas para la obra que cambiaría tanto la fisonomía de nuestro puerto como el futuro comercial del mismo.

Alrededor del mediodía de ese 2 de octubre de 1952, una cuadrilla de 5 hombres, a media cuesta del cerro, trabajaban en la colocación de una carga de dinamita, cuando de repente, cómo si El Vigía sintiera que sus entrañas eran ultrajadas, un derrumbe con toneladas de tierra y piedras, sepultó a los cinco trabajadores.

El estruendo del derrumbe avisó a quienes trabajaban en los alrededores. La tragedia se iniciaba.

En el interior del hueco todo era oscuridad, gemidos, lamentos y confusión.

Afuera, no se sabía de la suerte de los atrapados. De inmediato se iniciaron los trabajos de rescate. No se podía utilizar equipo motorizado por la altura y por el peligro que pudiera causarse otro deslave. A mano, todos los trabajadores disponibles trabajaron febrilmente removiendo piedra a piedra, palada a palada de tierra.

La noticia corrió como reguero de pólvora. La población se consterno. Cientos de voluntarios acudieron al lugar del desastre a ayudar…

Pasaron largas horas… Mas de 31.

En el interior del hueco, cinco cuerpos sintieron que la vida se les iba. A oscuras, se dieron cuenta que estaban todos, que sus lastimaduras no eran graves, a tientas encontraron la cantimplora de uno de ellos y racionando el agua bebían, a pequeños sorbos. Oraban, elevaban rezos y plegarias. Uno de ellos buscó entre sus ropas un escapulario, quizás era una estampa de la Virgen de San Juan de los Lagos. Una tenue luminosidad, como aura angelical, emergía de la figura impresa. No hubo, no hay explicación sobre la razón del brillo en la oscuridad. Fue el soporte moral para esas cinco personas que en la oscuridad esperaban el fin de su tragedia. Salvación o muerte.

Al final se logró el rescate. Los sucios, polvorientos, asustados, hambrientos hombres, fueron emergiendo uno a uno, los cinco. Sobrevivieron. El último en salir, con la estampa, o escapulario en mano, daba gracias en voz alta a la Virgen de San Juan de los Lagos. La cantimplora que sirvió para calmar un poco la sed y el pánico, fue encontrada… con la mitad de agua.

La realidad se mezcla con la leyenda.

Rafael González Bartrina. Rafael González y Bartrina. Miembro del Seminario de Historia de Baja California y del Consejo de Administración del Museo de Historia de Ensenada A. C. rafaelgonzalezbartrina@gmail.com
 
 

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