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¿Porque es relevante el Día de la Armada de México?

¿Como se compraron los primeros barcos y que le pasó a quien los compró?.

Nota publicada el 23 de noviembre de 2013
por Colaboración

El 21 de noviembre de 1991, el entonces presidente de la República, licenciado Carlos Salinas de Gortari, expidió el decreto para que el 23 de noviembre de cada año se conmemorara el Día de la Armada de México. Debido a que en esa fecha pero de 1825, la recién integrada Marina de Guerra mexicana lograba rendir a las tropas españolas que por cuatro años permanecieron atrincheradas en la fortaleza de San Juan de Ulúa, como signo de resistencia ante la independencia de nuestro país.

En este 2013 se conmemoran 188 años de esta gesta heroica, por lo cual resulta pertinente que se conozcan y difundan los hechos durante los cuales nació la Armada mexicana y cómo ésta contribuyó a la expulsión de los españoles en San Juan de Ulúa, último bastión que dominaron en territorio mexicano, con lo que se logró consolidar la Independencia Nacional.

Como es sabido después de la firma de los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821 y la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre, concluyó la guerra terrestre por la independencia que había iniciado en 1810 tras once años de luchas fraticidas.

A pesar de que se formalizó la independencia el día 28 con el acta respectiva, lejos estuvo México de consolidar aquél proceso, debido a que en el artículo III de los Tratados quedó plasmado el germen del conflicto político que habría de venir, ya que México debía ser gobernado por algún miembro de la dinastía española.

El hecho de que la independencia no fuera consumada únicamente por los insurgentes, sino gracias a un acuerdo político entre la vieja oligarquía colonial y las nuevas fuerzas emergentes, hizo que el territorio nacional se convulsionara por el enfrentamiento que pronto se produjo entre los distintos intereses políticos y económicos que ocasionaron varias décadas de inestabilidad social debido a que no hubo un consenso de proyecto de nación.

Contenderían los intereses monárquicos con los líderes de la insurgencia. Los primeros, buscaban la preservación del status quo colonial mediante un gobierno independiente, que no les arrebatara sus privilegios, se dividían entre los que apoyaban la idea de que México fuera gobernado por Fernando VII o algún miembro de la dinastía española, a este grupo se le conoció como borbonistas y los iturbidistas que pretendían instaurar el Imperio mexicano pero con un monarca nacido en América, y el hombre más viable para este fin era Agustín de Iturbide, artífice del plan de Iguala y consumador de la independencia.

Enemigos de los monárquicos, se declararon los líderes de la insurgencia y sus seguidores que pretendían la instauración del régimen republicano por el que habían luchado. Sin embargo, estos últimos también se dividieron entre quienes preferían un sistema federal y los que querían un sistema de gobierno central.

A pesar de que en un primer momento se instauró como forma de gobierno la forma Imperial con Agustín de Iturbide, los insurgentes no se tardaron en derrocar al emperador, y muy pronto entre ellos mismos comenzarían a enfrentarse, lo que dio lugar a una lucha intestina que desgarró al país y que se le conoció como el periodo de la anarquía.

Así, en medio del conflicto político y con una economía en bancarrota, México tuvo que enfrentar la oposición de España para reconocer su independencia durante largos quince años, lo que provocó que en siete años hubiera conflictos armados entre ambas naciones. Sin embargo, cabe precisar que los primeros cuatro de 1821 a 1825, fueron decisivos ya que pusieron en inminente riesgo la soberanía nacional, ya que al tomar un grupo de españoles el Castillo de San Juan de Ulúa y desde ahí ofrecer resistencia, además de recibir ayuda continúa de la Corona española a través de Cuba, provocó que la independencia recién conquistada se viera como algo inconcluso.

Correspondió a la naciente Marina mexicana consolidar este proceso histórico que era de gran importancia para los mexicanos y que hacía peligrar el resultado de once años desgarradores de guerra que había iniciado el padre Miguel Hidalgo, por lo que para 1821 era evidente que la guerra inevitablemente se disputaría en la mar, aunque esto no haya sido rápidamente asimilado por la dirigencia nacional cuya visión era del altiplano.

El Imperio de Iturbide y el nacimiento de la Marina mexicana

Aunque los antecedentes históricos de la Marina de Guerra mexicana se pueden localizar en los hechos de armas realizados en relación con el mar durante la guerra de independencia, el nacimiento formal de la Armada arranca a partir de que se consuma y se crean las primeras instituciones públicas de esta nación, entre ellas el Ministerio de Guerra y Marina.

Con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México el 27 de septiembre de 1821 y firmada el Acta de independencia el día 28, se consuma la independencia de México. Al mismo tiempo que Agustín de Iturbide se daba a la tarea de nombrar una Junta Provisional Gubernativa, prevista en el Plan de Iguala, y que de conformidad con lo establecido en los Tratados de Córdoba, se compondría de los hombres más representativos del país.

La Junta declaró a Agustín de Iturbide presidente de la misma, y estableció la separación de los poderes Legislativo y Ejecutivo, se atribuyó este último a una Regencia compuesta por cinco miembros. En la elección para presidente de ésta, resultó electo Iturbide, pero como no eran compatibles, ambos cargos se nombró al obispo de Puebla, Antonio Joaquín Pérez, pero conservando Iturbide la presidencia, para efecto únicamente de cuando se levantaran las sesiones de este organismo.

La Junta se apresuró a reconocer los méritos de Iturbide y lo declaró Primer Regente y Primer Jefe del Ejército y de la Armada, por lo cual se le nombró Generalísimo de las Armas de Mar y Tierra, o Almirante Generalísimo, nombramiento que sería permanente mientras viviera.

La tarea inmediata de Iturbide fue elaborar las bases legales de la nueva monarquía, mientras se cumplían los puntos acordados en los Tratados de Córdoba. La oposición de España para reconocer dichos Tratados y por ende, la independencia de México, condujo a que se instalara el Imperio Mexicano, y que el emperador fuera Agustín de Iturbide, quien se dedicó de inmediato a organizar al naciente Estado.

Así conforme a lo establecido en el artículo 32 del Reglamento Provisional del Imperio Mexicano, se establecieron 4 ministerios del Ejecutivo, estos fueron el de Relaciones Exteriores e Interiores; Justicia y Asuntos Eclesiásticos; Hacienda; Guerra y Marina.

Se nombró para el cargo del Ministerio de Relaciones Exteriores a Manuel Herrera; en Justicia y Asuntos Eclesiásticos a José Domínguez; en Guerra y Marina a Antonio de Medina y en Hacienda a Rafael Pérez Maldonado. En el caso de Guerra y Marina, se trataba de un Capitán de Navío, antiguo Oficial de la Marina española, quien puso de manifiesto la grave situación de la Armada cuyas fuerzas se reducían a un bergantín falto de carena, en el puerto de San Blas, una goleta en las mismas condiciones, en Veracruz y una lancha para el servicio aduanal en Campeche, elementos insuficientes para constituir la base de una marina de guerra.

Se planteó así para el naciente Estado mexicano la apremiante necesidad de conseguir los recursos económicos y materiales para que la Armada pudiera enfrentar al reducto español, sin embargo la situación económica de México dificultó esta tarea.

El conflicto con España mostró a la independencia de México como un proceso incompleto a los ojos del mundo entero, a la par que el país pronto comenzó a desgarrarse por las revueltas internas. Lo que hizo ver a México como una nación débil e inestable que podía ser blanco fácil de los apetitos imperialistas de las potencias europeas y de la norteamericana, que pronto se aprestaron a ocupar el lugar de España cuando su imperio ultramarino se estaba desmoronando. Innumerables estudiosos del tema, han señalado que Iturbide cometió el gran error político de desdeñar a los jefes insurgentes, al no incluirlos en algún cargo relevante dentro de la estructura del poder, provocando con ello, el origen del conflicto irreconciliable que sería a la postre la causa su caída.

A pesar de que la mayoría estaba de acuerdo con una nueva forma de gobierno ya fuera monárquica o republicana, hubo unos cuantos españoles que permanecieron fieles a la Corona española, uno de ellos fue el general realista José María Dávila García, gobernador y comandante general de Veracruz quien se adhirió a la renuencia de España a reconocer los Tratados de Córdoba.

El 26 de octubre de 1821, Dávila se replegó con una fuerza de 200 hombres en San Juan de Ulúa y con el mejor y más potente armamento de que disponía la ciudad de Veracruz y lo recaudado de la tesorería del ayuntamiento que eran noventa mil pesos. 6 Como un acto de su resistencia, izó en el Castillo la bandera española. Con esta acción comenzó un virtual estado de guerra entre las dos naciones.

El conflicto de Ulúa durante el Imperio, la conformación de la primera escuadrilla naval

Al tomar la decisión el general José María Dávila de oponer a resistencia al gobierno nacional, el principal puerto comercial de México quedó indefenso ante los cañones de largo alcance del Castillo de San Juan de Ulúa. El castillo, por su posición geográfica y defensa táctica estaba fuera de los cañones de Veracruz, que además eran de corto alcance, por lo que no podían causar daño en una fortaleza que en aquélla época era considerada como de primer orden.

Durante la primera fase del conflicto con Ulúa, se estableció una relación cordial entre el general José María Dávila y el emperador Agustín de Iturbide; esto obedeció principalmente a que ambos bandos presentaban varias debilidades.

Del análisis de la situación, se desprenden varias conclusiones del por qué estas dos personalidades negociaron por la vía diplomática: en primer lugar al refugiarse los españoles en Ulúa significaba necesariamente que el conflicto se tenía que disputar en la mar. El problema era que ninguno de los dos países podía reunir el suficiente poder naval para enfrentarse.

México teniendo amplios litorales, no poseía barcos pues su Marina acababa de nacer; España, aunque tenía barcos, no contaba con los suficientes para cubrir todos los posibles frentes para una empresa que no resultaba sencilla, pues si se deseaba recuperar México, tenían que avanzar necesariamente de Veracruz hacia la Ciudad de México, lo que hubiera implicado imponer como medida paralela, un bloqueo naval a los puertos del Golfo de México, lo cual significaba para España no sólo poseer una fuerza naval, sino también un ejército de tierra con suficientes tropas, caballería y artillería para emprender tan gigantesca acción.

A pesar de que México estaba consciente de sus limitaciones, también lo estaba sobre el papel estratégico que representaba Ulúa ya que por su posición geográfica y su carácter de centinela y defensa táctica, constituía un peligro potencial para el puerto de Veracruz ya que no sólo podía ser atacado desde el Fuerte con su potente artillería, sino que podía también imponer un bloqueo a la ciudad.

Así, importantes recursos económicos que venían de las aduanas marítimas y las vidas de los porteños se hallaban en verdadero peligro. Este doble papel de Ulúa, fue lo que condujo a Iturbide a negociar por la vía diplomática con los rebeldes del castillo, con el fin de obtener una solución pacífica al conflicto y evitar así un derrame de sangre inútil.

Sin embargo, previó Iturbide que si las negociaciones de paz no resultaban, no quedaría más opción que imponer un bloqueo naval al castillo hasta hacerlos capitular.

El bloqueo tendría como fin cortar todo los suministros logísticos probables para el Castillo hasta que capitulara. Esta estrategia estaba necesariamente acompañada de la compra de barcos de guerra para hacer efectivo el cerco, ya que como buenos tácticos navales sabían que a pesar de que los barcos que compraran pudieran tener excelentes cañones, estos no podrían hacer gran daño a la fortaleza, por lo que era mejor opción imponer el bloqueo para impedir toda ayuda. Sin embargo, lo anterior significaba conseguir los empréstitos necesarios para la compra de los barcos.

Ante esta situación y mientras se hacía de una flota, Agustín de Iturbide optó por mantener una comunicación pacífica con José María Dávila que se tradujo en una tregua tácita, razón por la cual se permitió el abastecimiento (en la plaza) de víveres al Castillo, lo que garantizaba a la vez preservar a la ciudad sin sufrir daños. Inclusive el tráfico marítimo en el puerto de Veracruz continuó su ritmo normal durante esta etapa.

No obstante, durante este tiempo el general Dávila logró incrementar su fuerza militar de 200 a 2,000 efectivos procedentes de la madre patria y de Cuba. Mientras esto ocurría, el Ministro de Guerra y Marina, capitán Antonio de Medina gestionaba lo conducente para la compra de la primera escuadra naval que habría de tener México, enviando para tal fin al Capitán de Navío Eugenio Cortés y Azúa para la compra; el cual tomó a crédito las goletas Iguala y Anáhuac, diez lanchas cañoneras y otros pertrechos.

Como no recibió el dinero a tiempo por parte del gobierno mexicano, fue puesto en prisión, a su auxilió acudió el norteamericano Richard Mead simpatizador de la causa mexicana, quien se ofreció como su fiador.

Los buques que adquirió Eugenio Cortés son considerados como la primera escuadrilla naval del México independiente, y estos buques fueron: las goletas Iguala y Anáhuac; balandras cañoneras Orizaba, Campechana, Tampico, Zumpango, Chalco, Papaloapan, Texcoco, Chapala, Tlaxcalteca y la balandra Tuxpan.

En este contexto pronto se hicieron patentes las pugnas políticas de los hombres encargados de conducir los destinos de México. Así los intereses de los monárquicos o borbonistas se enfrentaron muy pronto con los republicanos, es decir con los antiguos insurgentes, lo que hizo aún más difícil tomar decisiones consensadas por todo el aparato político. Lo anterior se hizo visible con el levantamiento del General Santa Anna contra Iturbide, cuyo resultado fue la caída del Imperio y la implantación de la República. La rápidez con que triunfó Santa Anna señaló el camino de futuros levantamientos de militares desafectos.

Debido a las circunstancias imperantes del país, había pocos marinos profesionales que se pudieran incorporar a la tarea de la construcción de la patria y la organización de la Marina imperial. Algunos de alta jerarquía cuyo origen profesional estaba en las cubiertas de los buques de la Real Armada española se dedicaron a esa gran tarea, ellos fueron Antonio de Medina, José María Tosta, José María Aldana y Pedro Sainz de Baranda.

El conflicto político comenzó a dejarse sentir desde 1822, Guadalupe Victoria enemigo jurado de Iturbide, lanzó el 1 de agosto de ese año una proclama en que acusaba de tirano y asesino a Iturbide, y convocó al pueblo a unirse para defender la libertad y la República. Este manifiesto fue leído públicamente en Jalapa y en Veracruz.

Mientras tanto, el 18 de agosto el Ministerio de Guerra y Marina era notificado del arribo en Alvarado del coronel Juan Davis Bradburn con la goleta Iguala, y un poco más tarde, de las goletas Guadalupe y Anáhuac, convoyando las lanchas cañoneras. Unos días antes, se había ordenado al capitán de navío José María Aldana, quien fue nombrado comandante de la Escuadra y del Departamento de Marina de Veracruz, que formulara un plan para el bloqueo de San Juan de Ulúa, mismo que presentó el 30 de septiembre, en el que se planeaban las siguientes acciones: 9

Fondear toda la flota en la Isla de Sacrificios que se consideraba segura ya que tenía a sotavento a Antón Lizardo. Destacaba que reunidas todas las fuerzas por las noches a diferentes horas escaladas, podían avanzar las lanchas llevando a cada lado dos divisiones de botes de la escuadra y otras de Alvarado bien armados y así escalarían el Castillo por el sur o norte.

Para proteger a las lanchas, se instalaría un servicio de guardia con las dos goletas, una debía estar operable cruzando al norte del puerto para impedir la entrada de buques mercantes y si llegara a haber naves de guerra, se harían señales para recibirlos y batirlos si es que su fuerza fuera igual o menor. En el caso de ser superior se debía aventurar una goleta para intimidar al Jefe de los buques, prohibiéndole la entrada.

En caso de que la goleta fuera apresada, se deberían repartir las fuerzas, las lanchas cruzarían sobre las costas del Golfo de México, todo esto se pensaba podía realizarse porque los buques comprados tenían la finalidad para ello según había informado Eugenio Cortés y Azúa.

Por lo que respecta a la corbeta Guadalupe y goleta Anáhuac, estas en la mar de Cuba apresarían y destruirían el comercio español debilitándolo poco a poco para finalmente negociar con el comandante de las fuerzas españolas la devolución de la goleta, avisar a los puntos de cruceros y seguir las operaciones contra el Castillo.

Cabe destacar que todo esto se planeaba conseguir gracias a las cualidades de los buques recién construidos ya que de otra forma sería imposible. Aldana también pensaba realizar un abordaje del cual resaltaba la inteligencia que debía tener el jefe y del apoyo que sus fuerzas debía dar, hasta que se enarbolara la bandera nacional en el Castillo. Además, Aldana pedía a Iturbide que no se preocupara por las noticias de que venía en camino la corbeta Cera con setenta lanchas y armamento para Ulúa, ya que en teoría la fuerza naval de México era superior, según lo descrito por Cortés.

Como se advierte, Aldana sobreestimó la situación por falta de información precisa por parte de Eugenio Cortés, por lo que su plan no tuvo un sustento estratégico ni táctico. El papel protágonico que desempeñaron Eugenio Cortés, pero sobre todo José María Aldana, primer comandante del Departamento de Marina de Veracruz y de la Escuadra del Mar del Norte fue el más importante en aquéllos días, porque fueron ellos quienes dieron los pasos iniciales en la formación de una marina de guerra auspiciada y promovida por Agustín de Iturbide y Antonio de Medina.

Mientras que dicho papel protágonico en relación a los cuerpos de artillería naval y de infantería de Marina, se atribuye al alférez de ingenieros Tomás Sánchez y coronel Juan Davis Bradburn.

La goleta Iguala fue el primer buque de guerra que izó la bandera mexicana, la que junto con las demás unidades de superficie inició sus actividades en el puerto de Alvarado, ya que la ocupación del Castillo de San Juan de Ulúa por parte de los españoles hizo dificil que estas embarcaciones pudieran tener su base en el puerto de Veracruz, pues podían ser un blanco fácil para Ulúa.

Regresando al levantamiento del general Dávila, el gobierno de México nombró al coronel Manuel Rincón como gobernador de la plaza, quien mantuvo relaciones pacíficas con éste por instrucciones de Iturbide. Salvó algunos pequeños problemas que surgieron entre el puerto y el Castillo, las diferencias se resolvieron sin contratiempos. No obstante, las buenas intenciones de Iturbide, la negociación diplomática con el general Dávila no produjo resultados favorables para la entrega de Ulúa, pues el general español pensaba firmemente que la independencia no podía conducir sino al fracaso y que Iturbide debía cooperar en la vuelta al orden imperial de la corona española.

Al publicarse la correspondencia entre Iturbide y Dávila, se confirmó la oposición de España a reconocer la independencia de México, lo que provocó que aumentara la antipatía de los borbonistas hacia su persona que querían de alguna forma regresar al viejo orden con un emperador que proviniese de España. Obviamente la división de intereses internos y externos convirtió a México en un campo de batalla.

Para entonces el grupo Iturbidista fue visto con desconfianza por el Congreso, que incluso llegó a destituir a algunos miembros de la Regencia, así empezaron a definirse los partidos dentro del cuerpo legislativo. En la capital se advirtió una vacilación en la opinión pública sobre la forma de gobierno a adoptarse. En estas circunstancias llegó a México la noticia de que los Tratados de Córdoba habían sido declarados nulos e ilegítimos por las Cortes de España. Los borbonistas quedaron desconcertados, mientras los republicanos y antiguos insurgentes (ya organizados en logias masónicas) comenzaron a hacer llegar al Congreso peticiones a favor de una República como la de Colombia, Perú o Buenos Aires.

Para finales de 1822, la Corona española realizaba cambios estratégicos en relación con Ulúa, y sustituía al general José María Dávila por el Brigadier Francisco Lemaur. Mientras en el plano interno, el general Antonio López de Santa Anna era nombrado gobernador de Veracruz, lo que vino a poner fin a la situación de paz que se vivió en el período de Manuel Rincón y José María Dávila.

Santa Anna engañó a Lemaur de que entregaría Veracruz, con la finalidad de que parte de la guarnición de Ulúa desembarcaría confiados en que no habría resistencia. Según Santa Anna bajaría a tierra el Regimiento de Cataluña (a quienes había sobornado previamente), los mexicanos los apresarían, ocuparían las mismas lanchas y llegarían al Castilo, sorprendiendo al resto de la guarnición del Castillo. Las demás tropas mexicanas llegarían después para completar la conquista. Este plan fue un total fracaso.

Asienta el almirante Carranza que es posible que Lemaur descubriera el complot y cambiara a las tropas de desembarco, lo cierto de todo ello, es que los españoles sí desembarcaron y atacaron con fuerza a la ciudad. A pesar de ello, fueron vencidos por la reacción inmediata del general José Antonio Echávarri y del propio Santa Anna, quienes dejaron en la playa cerca de 100 soldados españoles entre muertos, heridos y prisioneros.

Mientras tanto, la relación entre Iturbide y el Congreso se tornaba más ríspida, razón por la cual el emperador ordenó su disolución y con ello provocó su propia su caída. El 9 de noviembre, el Consejo Imperial ordenaba que debía intimarse al general Lemaur a la entrega del Castillo, y que de no hacerlo en un plazo de 48 horas, quedarían cerrados todos los puertos a los buques españoles, prohibiendo su comercio y se romperían todos los vínculos de amistad y fraternidad con ese país.

Para ese momento, el liderazgo de Iturbide estaba seriamente debilitado, asienta el almirante Carranza que era sensible a la incertidumbre de que sus órdenes fueran obedecidas, por lo que le faltó serenidad para tomar decisiones certeras, ya que estaba afectado por las amenazas que pendían sobre su cabeza y cuya fuerza iba en aumento, lo que hacía cada vez más probable su expulsión del trono. Quienes le tenían que responder con hechos el cumplimiento de sus órdenes, ya estaban involucrados en la rebelión que estaba próxima a darse y que terminaría con el primer Imperio mexicano. Aunque a la Marina le era ajena esta confrontación política, su integración se estaba retrasando visiblemente por la disputa política interna.

De la pésima concepción estratégica de Santa Anna, fue informado Iturbide quién montó en cólera y personalmente viajó a Jalapa el 10 de noviembre de 1822, donde citó a aquél para destituirlo de su cargo, dándole un puesto menor en el ministerio de Guerra y Marina, no sin antes someterlo al escarnio delante del séquito que le acompañaba. Santa Anna furioso y desprestigiado, salió con rumbo al puerto de Veracruz a fin de entregar el mando, pero en vez de hacerlo, el 2 de diciembre inició un movimiento armado que desconocía al Imperio y proclamó la República con el Plan de Veracruz.

La conspiración de los enemigos de Iturbide provocó la caída del primer imperio mexicano en medio del conflicto con España. A causa de los acontecimientos, el bloqueo y el asalto al Castillo perdían importancia, el problema con España pasaba entonces a un segundo término debido al conflicto político interno.

A partir de este suceso, se inauguró una época que se conoce como la “era de Santa Anna”, expresión exacta para definir una época llena de dramatismo y turbulencia ya que por más de un cuarto de siglo fue el hombre fuerte de México. Agustín de Iturbide abdicó el 19 de marzo de 1823, y unos días más tarde -el 29 para ser exactos- el Congreso anunció que el Imperio había cesado. Deslealmente traicionado Iturbide se embarcó en la fragata Rawllings hacia el destierro.

Comienzan las hostilidades y se decreta el bloqueo naval

Al arribar Lemaur como comandante del Castillo, llevó a cabo una política más agresiva contra el puerto, la tensión que se produjo entre ambos fue porque dictó las siguientes órdenes: el ejercicio libre del contrabando en las inmediaciones de Ulúa; prohibió a los baluartes de la plaza izar el pabellón nacional, así como efectuar el saludo que marcaba el protocolo naval al arribar los barcos extranjeros y declaró bajo el dominio de la fortaleza a la Isla de Sacrificios y Mocambo.

El gobierno mexicano negó los derechos que reclamaba el castillo, argumentando que habían ocupado la fortaleza por la fuerza y que no podían extender sus dominios más allá del alcance de sus cañones y que fuera de ese alcance estaba Sacrificios y Mocambo. Ante el repentino cambio de los hechos, se decidió por parte de las autoridades del país ocupar la Isla de Sacrificios, sin embargó, el Comandante del castillo Francisco Lemaur, se adelantó al gobierno, izando la bandera española.

Refieren las fuentes que Lemaur envió el 14 de septiembre de 1823 a Sacrificios dos embarcaciones con treinta o cuarenta hombres quienes tomaron posesión de la Isla e izaron el pendón español declarando además por escrito la posesión, a la vez que declaró que consideraría como un acto hostil cualquier intento de recuperar la Isla. Igualmente exigió se detuvieran en la ciudad las obras de fortificación.

El coronel Villaurrutia, le respondió que su decisión era inadmisible y ofensiva, además de que ya se encontraba en Mocambo una batería lista para responder a su fuego si decidía iniciar las hostilidades.

El gobierno nacional intentó negociar con Lemaur sin resultado alguno, al contrario, éste exigió nuevas acciones como la demolición del fortín de Mocambo, ya que desde ahí, la Isla de Sacrificios era vulnerable.

Como era de esperarse, el gobierno de México no podía cumplir con las demandas impuestas por Lemaur porque eran ofensivas a la soberanía del país. Asienta tanto Cárdenas de la Peña como Lavalle Argudín que los veracruzanos se sintieron ultrajados por las acciones del Jefe español, razón por la cual el 21 de septiembre de 1823, solicitaron a las autoridades de la plaza, que la puerta del muelle por la que tenían acceso los españoles para proveerse de víveres, fuera cerrada a fin de impedir la comunicación con el castillo. El coronel Eulogio Villaurrutia, que había quedado al mando del puerto, accedió y cerró la puerta del muelle y comenzó la construcción de una batería a orillas del Río Tenoya y en la muralla, entre el baluarte de Santiago y el muelle.

Los españoles de la fortaleza al observar los preparativos procedieron a montar toda su artillería gruesa, cubriendo con blindaje los almacenes y habitaciones interiores. El 24 de septiembre Lemaur lanzaba un ultimátum a Veracruz, exigiendo que si a las diez de la mañana del 25 no se tenían noticias de desarmar las fortificaciones que se hacían en el puerto, y si a la misma hora no se permitía tomar víveres frescos, se procedería a romper fuego sobre la plaza a la una de la tarde. Como no hubo arreglo, a la hora señalada el Castillo de Ulúa abrió fuego sobre la ciudad el 25 de septiembre de 1823. Más de 6,000 personas abandonaron la ciudad.

Muchas fueron las misivas que se cruzaron entre Victoria y Lemaur y el inglés J.H. Roberts comandante de la corbeta Fyne, quien se ofreció de mediador en el conflicto. Victoria propuso una suspensión mutua de los fuegos, Lemaur por su parte pretendió aprovechar la ocasión para presionar para que cedieran la Isla de Sacrificios y su fondeadero a la fortaleza y suspender las obras de fortificación de la plaza, además exigió la retirada de las balandras cañoneras porque le estaban causando mucho perjuicio al impedir que llegaran los buques mercantes al Castillo, el general Victoria se negó de forma contundente.

Ante la situación descrita, Roberts decidió regresar a su país, Lemaur por su parte al ver que se retiraba el intermediario, trató de enmendar su discurso para regresar al estado de paz que se tenía antes del bombardeo, argumentó para ello que escaseaban los alimentos en el Castillo debido al bloqueo de los canales de acceso a Ulúa, que los cañones de los baluartes y de Mocambo en combinación con la escuadra mexicana, le impedían a su gente acercarse a los buques mercantes que arribaban para comprarla. La respuesta de México fue clara: no se permitiría salir a nadie de Ulúa, salvó para su rendición.

El corolario de todos estos acontecimientos fue la declaración de guerra, proclamada por el congreso mexicano el 25 de octubre de 1823, sólo para legitimar y formalizar una situación que ya existía. El 13 de noviembre se presentó ante el Congreso, el general José Joaquín de Herrera, secretario de Guerra y Marina para presentar su informe de la situación militar que hasta entonces prevalecía. Dijo al respecto:

"Me hallo en la obligación de dar cuenta a vuestra soberanía, de un ramo del Estado ajeno a mi profesión, del que no tengo el menor conocimiento, y sin embargo, la bondad del gobierno quiso poner íntegramente bajo mi cuidado, por estar unido a la Secretaría de Guerra, habló de la Marina Nacional, de esta palanca de la prosperidad de los pueblos, que protege su comercio exterior y defiende sus costas de los insultos y pretensiones ambiciosas de sus enemigos… en tanto no sea formal y solemnemente reconocida la independencia mexicana por los gobiernos de Europa, el de México cree deber ocuparese de la seguridad y defensa de las desiertas y dilatadas costas del Seno. La Marina sólo llenaría ese encargo y nos pondría a cubierto de una invasión extranjera…

La importancia de este documento refleja que la capitulación no era un objetivo que pudiera ser alcanzado de la noche a la mañana sólo con buenos deseos y brillantes discursos. Finalmente se comprendía en la más alta esfera política del país, que se requerían de acciones concretas que implicaban tiempo, porque si bien Ulúa era un objetivo nodal, representaba sólo uno de los múltiples pasos para obtener el reconocimiento de las naciones. Así, del informe que rindió José Joaquín de Herrera, se desprendió su célebre frase de que “a la marina sólo toca consumar esta grande obra y consolidar por siempre la independencia nacional”.

Se forma la segunda escuadrilla y se estrecha el bloqueo naval sobre Ulúa

En los inicios de 1824, circuló el rumor que arribarían a México, 30,000 franceses, en apoyo a España, como parte de las ayudas de ser miembros ambos de la Santa Alianza, razón por la cual se buscó con mayor apremio el reconocimiento oficial de Inglaterra y los Estados Unidos, ante el temor que despertaba la posibilidad de que la Santa Alianza llevara a cabo acciones represivas contra los movimientos libertarios de América.

A mediados de agosto de ese año, arribó una escuadrilla española, procedente de la Habana, Cuba, en apoyo a Ulúa, desembarcaron en el castillo 350 hombres para el relevo de la guarnición, 60 presidiarios para los trabajos de fortificación y para acondicionar un hospital a bordo de una de las naves con el fin de trasladar a Cuba a 100 enfermos de escorbuto, enfermedad que se había presentado como consecuencia de la falta de alimentos frescos, y que estaba diezmando a una cantidad importante de la guarnición de Ulúa.

Hacia septiembre de 1824 el gobierno mexicano había ordenado a la Secretaría de Hacienda que proveyera a la Marina de los recursos necesarios para tomar Sacrificios y hacer capitular al Castillo de Ulúa. El general Miguel Barragán (que había arribado el 20 de junio de 1824 para encargarse de la Comandancia General del estado de Veracruz), transcribió al general Manuel Rincón, la orden para ocupar Sacrificios, confiándole la dirección de las obras de fortificación al capitán de Navío José María Tosta, quién procedió a resguardar la Isla con sacos de tierra, barriles y barricadas.

El 15 de diciembre de ese año, el capitán Tosta daba instrucciones al comandante de la goleta Iguala, el primer teniente Francisco de Paula López, para que como oficial más antiguo y comandante del bloqueo, se hiciera cargo de la escuadrilla destinada a efectuar el crucero frente a Ulúa, cuya misión consistía en impedir la entrada de todo auxilio y comunicación del exterior con la fortaleza.

El 28 de enero de 1825, el brigadier Francisco Lemaur era relevado del mando de San Juan de Ulúa por José Coppinger, brigadier de los ejércitos reales de España. Por otra parte, el 27 de julio el capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda y Borreyro recibía del gobierno nacional el nombramiento de comandante de Marina en Veracruz, en sustitución del capitán de fragata José María Tosta; unos días después, llegó al puerto con el fin de reorganizar la escuadrilla que sometería a Ulúa.

Debido al bloqueo, Ulúa llevaba varios meses sin recibir relevos de la tropa, así como apoyos logísticos procedentes de la Habana, con todo que el apoyo de barcos extranjeros llegaba a infiltrarse ocasionalmente. El gobierno mexicano apresó algunos barcos norteamericanos, los cuales se aventuraron a introducir víveres a la fortaleza.

Esta situación contribuyó a que aumentara el número de enfermos y muertos debido al escorbuto, reduciéndose la guarnición, al grado que sólo alcanzaba para cubrir los puestos de guardia de las principales baterías que defendían al castillo. Mientras tanto, en la Isla de Sacrificios, Mocambo y el puerto de Alvarado se preparaban los buques de guerra nacionales para enfrentar a la escuadra española que había llegado para apoyar a Ulúa. El capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda organizó la escuadrilla de buques con mayor porte, que con meses de anterioridad había comprado Mariano Michelena en Inglaterra, siendo éstos: la fragata Libertad, Victoria, Bergantín Bravo, Balandra Chalco y Pailebot General.

El 5 de octubre de 1825, tres buques de guerra españoles se vieron en aguas mexicanas, cuya misión era conducir e introducir víveres y relevos a Ulúa, aprestándose la marina mexicana a impedirles el paso y a enfrentarlos. La flota enemiga estaba compuesta por las fragatas Sabina, Casilda y Aretusa, que venían resguardando a varias naves que traían el apoyo logístico, al mando del capitán de navío Ángel Laborde.

El día 6, zarpó la escuadrilla de la Armada de su fondeadero en Sacrificios hacia la fortaleza de Ulúa, con el fin de enfrentar a las fuerzas navales de España, tomando formación en línea de batalla, sin embargo, un fuerte temporal y la noche los obligó a dispersarse. El combate naval jamás se realizó. La flota española se retiró inexplicablemente.

Finalmente el Castillo de San Juan de Ulúa se rindió ante la efectividad del bloqueo, por lo que Coppinger pidió la suspensión de las hostilidades y procedió a negociar los arreglos para la capitulación. Así concluyó el problema que había iniciado el 26 de octubre de 1821, cesando el dominio español en México, correspondiendo a la marina consumar esa grande obra y consolidar por siempre la independencia nacional.

El 23 de noviembre de 1825, se retiraron las fuerzas españolas y se izó la bandera nacional, liberándose México del peligro español que acechó durante cuatro años la frágil soberanía nacional. Justo es reconocer en este esfuerzo la labor de muchos hombres, entre ellos la del comandante de Marina, capitán de navío José María Aldana, quien con las goletas La Iguala y La Anáhuac y algunas balandras organizó la primera escuadrilla de la independencia, tocándole a él, iniciar el bloqueo que como se sabe, poco pudo sostenerse en virtud de que las naves destinadas a ello, no eran del porte necesario para tal fin. Por otra parte, el capitán de fragata José María Tosta, con el mismo esfuerzo y celo desplegados, coadyuvó desde 1822 hasta agosto de 1825 a la rendición del castillo, consumada por el capitán de fragata Pedro Sainz de Baranda y Borreyro.

A partir de la capitulación de la fortaleza de Ulúa, el gobierno, ordenó que se siguiera la lucha contra España hasta que ésta reconociera la independencia. Para el cumplimiento de dicho objetivo fue contratado el comodoro David Porter de origen estadounidense, quien pasó al servicio de México. Hombre de gran experiencia, energía y dinamismo, organizó la escuadrilla compuesta por la fragata Libertad, bergantines Bravo y Hermón, Victoria, Guerrero y el navío Asia después llamado Congreso Mexicano con la misión de cruzar aguas de Cuba para hostilizar y hacer presa de buques mercantes españoles.

Consideraciones finales

Clausewitz afirma que la guerra es la continuación de la política, es decir, la guerra es un hecho político que surge de un conflicto entre naciones, que no supieron o que no quisieron resolver por la vía diplomática. Por ello, los militares en tanto administradores de la violencia del Estado como señala Samuel Huntington, su misión fundamental es poder neutralizar la capacidad de combate del enemigo, atacando sus medios de producción y abastecimiento para obligarlo a reconocer el objetivo perseguido por el vencedor. En el caso de la naciente nación mexicana, su objetivo era obtener de España el reconocimiento de su independencia, tanto por razones políticas, jurídicas, económicas y hasta psicológicas. Para España, se trataba de una guerra para no desprenderse de su ex colonia más importante en ultramar.

En vista de que el conflicto con Ulúa se prolongó durante cuatro años, quedó claro para el Estado mexicano que dado el carácter que había tomado la guerra con España, sólo podía ser resuelto por la Marina, ya que el Ejército de tierra no tenía los conocimientos técnicos para conducir el conflicto, y que era necesario adquirir buques y contratar marinos de todos los niveles en el extranjero para tripular las naves por carecer México de profesionales experimentados.

Esta guerra con España, no entraba en el esquema conceptual de guerra irregular al que estaban acostumbrados los insurgentes, cuya respuesta estratégica fue la emboscada, el golpe y la fuga. A final de cuentas la guerra de independencia se trató de una guerra de familia que utilizaba el mismo armamento y la misma técnica. Se trataba ahora de su primer enfrentamiento con el exterior que requería de buques y maniobras navales que hasta ese momento no se habían puesto en práctica en México. El conflicto con Ulúa fue la primera de las agresiones que llegarían a nuestro país por el mar durante el siglo XIX y en donde la Marina se convirtió en la primera línea de defensa.

Aunque el conflicto de Ulúa puede considerarse a la distancia como un problema sencillo, no era fácil de resolver por las debilidades con que emergió México ante el concierto de las naciones y por la fragilidad de su Marina de guerra, que de inmediato se tuvo que enfrentar a esta problemática, carente de una infraestructura.

A pesar de que la Armada tuvo que enfrentar dificiles penurias para constituirse, fue gracias a la fortaleza de sus dirigentes que pudo no sólo organizarse, sino contribuir a la consolidación de la independencia nacional. Y aunque España ya no representó un peligro real para México a partir de 1825, tuvo que enfrentar sus intentos posteriores por recuperar lo que algún día fuera suyo durante trescientos años, pero que despúes de 1825 ya no era posible definitivamente.

España se tuvo que resignar y tras el intento fallido de invasión en Cabo Rojo, reconoció en 1836 la independencia de México, con ello se cerraba el círculo de un proceso que duró quince años. A partir de este acto, México era un país con pleno derecho a ser reconocido por las demás naciones.

De las acciones navales que se desarrollaron entre 1821 y 1825, dejaron para la memoria histórica de México los nombres de Agustín de Iturbide y Guadalupe Victoria, así como Franciso de Paula Álvarez, Antonio de Medina, José Joaquín de Herrera, sobre cuyos hombros recayó la gran tarea y responsabilidad de organizar y desarrollar una Marina de guerra capaz de afrontar la amenaza española que operó desde Ulúa y desde Cuba.

Los nombres de los marinos que contribuyeron a la historia de la nación y de la Armada y cuyas acciones fueron decisivas y trascendentales figuran los capitanes José María Aldana, José María Tosta, Pedro Sainz de Baranda y Borreyro y posteriormente David Porter.

Al nacer México con una clara tradición terrestre, el poseer una Marina se convirtió en un reto para los diferentes presidentes y los múltiples niveles de mando militar, por la falta de experiencia en esta clase de combate. De ahí el mérito de encarar el desafío con la participación de valientes marinos, concientes de que su técnica les permitía coadyuvar eficazmente en las decisiones operativas, fundamentadas en las características de su ámbito de desarrollo y de los medios de combate. Como asienta el Almirante Carranza y Castillo:

Los hechos de los hombres ya no pueden ser juzgados hoy como buenos o malos, sino como antecedentes y consecuencias que explican un presente como resultado de un proceso histórico por el que nuestro país ha transitado para construir su poder nacional y seguridad… la independencia como movimiento social iniciado en 1810, si bien se consumó en 1821 con argumentos políticamente opacos, no se alcanzó en tanto la soberanía y la integridad territorial como necesaria condición jurídica, fue resuelta en un conflicto militar que se disputó en la mar y en la mar se consiguió. En otras palabras, podemos afirmar que nuestra independencia se consolidó en el mar.

Así, con estos hechos de armas nació la Marina en México, y aunque algunos de los dirigentes del país de esa época fueron capaces de entender del por qué y para qué se necesitaba una Armada en un país con amplios litorales, pesaría a lo largo del siglo XIX la visión de una clase dirigente con una clara tradición terrestre.

De esta forma México tuvo que enfrentar las reclamaciones internacionales que se tradujeron en una abierta y franca violación de la soberanía nacional que se tradujo no sólo en la separación de Texas y su posterior anexión a territorio estadounidense; sino también con la guerra naval con Francia de 1838; la guerra con Estados Unidos de 1846-1848 donde México perdió el 55% de su territorio y la segunda intervención francesa de 1862 que desembocó en la instalación de un Segundo Imperio a cargo de un monarca extranjero.

Ensayo escrito por la Capitán de Corbeta SDN. Profesora Leticia Rivera Gabrieles, Jefe del Departamento de Historia Unidad de Historia y Cultura Naval.

Bibliografía utilizada

CARRANZA y Castillo Miguel, …y la Independencia se consolidó en el mar, INEHRM-SEMAR, México, 2009.

LAVALLE Argudín Mario, La Armada en el México Independiente y Revolucionario, INEHRM-SEMAR, México, 1985.

RIVERA Cabrieles Leticia, Las Revoluciones de México en el Mar, SEMAR, México, 2010.

Un contexto histórico adverso en Capítulo 4, La Marina de Guerra en el siglo XIX, Historia General de la Secretaría de Marina-Armada de México, t. 1, INEHRM-SEMAR, México, 2012.

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